iNFO

Cuando veo a mi hija dormir, pienso en los efectos que unas cuantas decisiones mías pueden tener sobre su felicidad. Lo medito y cuando la veo sonreir, me satisface pensar que ella, podrá disfrutar de algo que la mayoría de nosotros no conocimos: un hogar libre de la religión.

Me llamo José Luis. Nací como todos los demás niños: sin prejuicios, sin banderas, sin dioses. Luego me hicieron católico. Convirtieron mi mundo en un lugar dividido entre salvos y condenados. Ellos. Nosotros. El terror al infierno. Más tarde, queriendo hallar respuestas a preguntas que la Iglesia no me contestaba, estudié otras religiones. Aun con mi instinto de rebaño me adherí por cinco años a una secta new age. Mi vida parecía estar ya resuelta. Pero no contaba con el surgimiento del pequeño aguijón de la duda. Tras toparme con Descartes, Hume y Jung, no tuve más remedio que aceptar que —oh, Cielos!— yo era un ateo.

El ateísmo no define mi vida, pero sí mi libertad de pensamiento. Tengo muchas pasiones. Me considero un ciudadano del mundo. He vivido en varios países y conocido mucha gente buena. Me gusta cocinar. Amo la música, toco la guitarra. Ahora me dedico a pintar, dibujar comics, enseñar inglés, cuidar a mi familia, y decir lo que pienso. Ya me encargué de que mi niña no sufra los dilemas tortuosos de la religión. Una vez le dije que Mazinger-Z era Dios, y soltó una carcajada. Siempre podrá dormir tranquila.

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