martes, 18 de septiembre de 2007

América: La epidemia de los chichos

Toda la vida he sido un flaco injillío. Y encima acomplejao. Siempre odié ser flaco. No importa cuánta comida, dulces, chocolates o pan tragara, mi peso no cambiaba mucho. Y cuando ganaba algo de peso era todo en la barriga. Y a la primera cagada que daba lo perdía todo. No podía siquiera llenar mi barriga de grasa, sino de pura mierda comprimida. Se puede decir que siempre fui flaco, salvo en una ocasión: cuando fui a Estados Unidos.

Para las navidades de 1997, estaba yo todo contento porque iba a visitar a una ciberjevita que tenía en Florida. Y ese mes que pasé con ella allí aumenté alrededor de 20 libras. Sé que suena increíble pero las fotos están ahí de evidencia. No era sólo de felicidad que aumentaba, y de las galletitas de macadamia que me hacía la suegra, sino que el 90% de lo que comíamos era fast food. Y cuando comíamos en su casa, lo que había eran pizzas o burritos congelados. La única ensaldada que consumíamos era la que estaba entre los panes de los Big Macs y los “siete pisos” de Taco Bell.

La gordura no es motivo de relajo. En EEUU se está convirtiendo en la mayor epidemia de todas. La revista Time de esta semana (sept 10, 2007, p. 10) acaba de publicar los resultados de un estudio (Trust of America’s Health) que se hizo en los 50 estados de la nación. Los resultados son alarmantes. Escúchenlo bien: Dos tercios de los americanos adultos están sobrepeso u obesos. Y presten atención: en 32 estados el 60% de la población (incluyendo adultos y niños) están sobrepeso u obesos. El año pasado los niveles de gordura subieron en 32 estados, y no descendieron en ninguno!

Los puertorriqueños debemos echarle ojo a estas estadísticas porque nuestro modelo social a imitar es exclusivamente el modelo gringo. A los boricuas nos encanta pensar que en el planeta sólo existe PR y EEUU, y que no hay alternativas al McDonald’s y el Taco Bell. Los americanos nos han enseñado a adoptar la cultura del carro. Si la farmacia está a la vuelta de la esquina, hay que coger el carro. Si hay que ir al colmado a comprar leche: el carro. Si te faltan cigarrillos: el carro. En fin, que la gente no camina ni medio kilómetro al día. No gasta energía. Y así suben alrededor de tu pansa los chichos, las lonjas, las lorzas, las llantas, las gomas Goodyear, o como le llames en tu país.

Encima las ciudades son construidas al estilo americano, con los suburbios por un lado y los centros comerciales por otro lado, de modo que te obligan a coger el carro para todo; un ejemplo perfecto de mala planificación urbana. En este punto deberíamos aprender de los europeos. Pero no, que va! Para los boricuas Europa ni existe! Lo único que sabemos es que en ese continente una vez hubo una madre patria llamada España, y que los gringos tuvieron que ir allí a bajarle los pantalones a un tal Hitler.

La mayoría de los puertorriqueños quieren formar parte de EEUU, y sin darse cuenta van convirtiéndose en copia de la nación de los gordos. Y hey, esto no ha sido una mutación genética. Nuestros genes son los mismos que hace 100 años. Nuestra gordura colectiva se la debemos al estilo de vida americano, eso de lo que nos vanagloriamos tanto. Antes comíamos serenata de bacalao y ahora Filet-O-Fish. Antes comíamos panapén con aceite de oliva, y ahora una buena bolsa de papitas Lays todos los días en el almuerzo. A los mexicanos les está ocurriendo algo parecido. Después de los 30 años comienzan su tranformación en barriles de tocino.

Cuando regresé a Puerto Rico de aquellas vacaciones navideñas en gringolandia, mi familia no me reconoció en el aeropuerto de lo barraco que llegué. Mi papada se llenó al grado que mi barbilla desapareció. Mi barriga se infló tanto que subí como 3 tallas de pantalón. Me salieron unas tetas que cuando me sentaba a cagar me tocaban las rodillas. Pero esta vez no me podía deshacer de la pansa a base de cagadas. Era una pansa de averduras, the real thing! En fin, que la gente se preguntaba “¿Quién carajo ese gordo que va por ahí?” Y el gordo era yo, coño.

A las dos semanas rebajé las 20 libras (créanlo o no), y volví a ser el mismo flaco injillío de siempre. Pero durante ese tiempito pude experimentar lo que era ser gordo. Me asfixiaba subiendo escaleras. No podía jugar con mi perrita por el piso. Me dolía la espalda. Y sobretodo: no había manera de esconder aquellas tetas. Total, que aquello fue un infierno. Y me dije, a esos lares no vuelvo más.

Y así fue.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues me parece muy mal todo lo que esta pasando en estados unidos.imajinate que pasaria en unos siglos,con el tiempo esto puede afectar a la raza.
yo escuche,que el hombre es lo que come y si come basura...
Yo por eso estoy orgulloso de ser un deportista muy activo y comer muy saludablemente,yo tambien pienso que la comida es fundamental para una vida sana y veo muy mal lo que el capitalismo quiere hacer con los alimentos.

Perla Negra dijo...

muy bien!!!
me encanto la forma que describiste todo esto, el tono le anade ironia, me gusta.