Una vez un profesor gay, militante en organizaciones pro-derechos de los homosexuales y lesbianas, me comentó que tenía muchos amigos sacerdotes que eran homosexuales. Me explicó algo muy interesante: el por qué el sacerdocio y el seminario ofrecen a los homosexuales de closet un refugio único en su clase. Y por fin supe por qué hay tanto cura gay.
Los homosexuales reprimidos, aquellos que por una u otra razón no aceptan públicamente su inclinación sexual, convierten su vida en una prisión de engaños y sufrimiento. Temen ser perseguidos, rechazados, burlados si confiesan su verdad. En otras palabras, dejan que el temor rija sus vidas. Así que no es de extrañar que muchos homosexuales reprimidos hayan optado por el sacerdocio en la Iglesia católica (organización cuyo motor doctrinal es también el temor). La Iglesia le permite una oportunidad de pertencer a un colectivo "querido por todos". Los sacerdotes no sólo suelen ser queridos y respetados por la sociedad. También se convierten en figuras de autoridad. Y más allá de esto también debemos recordar el ambiente en el cual se forman: ¿Qué mejor paraíso para un gay que un seminario 100% hombruno?
Así pues, el sacerdocio —me explicaba mi profesor— permite al gay de closet darle la vuelta a la mesa, y reírsele a la sociedad en la cara. O al menos eso piensa, pues aunque ahora posee el aprecio y respeto de los que antes lo condenaban, bajo la sotana (su nuevo closet) al fin y al cabo sigue existiendo, reprimido y cobarde, el mismo gay de siempre.
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