Cuando los gustos musicales son barómetro populista
Antes era hablar de política. Pero hoy los periodistas puertorriqueños tienen una nueva moda: preguntarle a figuras públicas si les gusta el reggaetón. No importa si es un político o un cura a quién entrevistan. No importa si el contexto de la entrevista es una catástrofe natural, Irak, o la caída del Dow Jones. Cual niño que se mea en el cine, el periodista no puede aguantarse; tiene que soltar la pregunta: "Y...cambiando de tema...¿a usted le gusta el reggaetón?"
Y a mí qué carajo me importa si a fulanito o menganito le gusta cierta música, o si le gusta el ajo o la cebolla! Ah, pero no nos creamos que la idiotez de esta pregunta es sólo reflejo de un funcionamiento defectuoso en el cerebro en esos periodistas. La verdad es que la dichosa pregunta tiene origen profundo en una sociedad explotada, invadida, mantenida, vapuleada por 500 años, supersticiosa, carente de identidad y traumada. (¿Problemas masivos de salud mental? He ahí la causa.)
Puerto Rico es un país donde las masas se componen de personas con escasa educación. Para los efectos, como un ghetto americano más, pero a lo bestia. Para ese sector la cultura es sinónimo de lo que los mediocres canales locales (2, 4 y 11) les incitan a consumir. Un ejemplo. En Puerto Rico jamás en la vida se ha escuchado música mexicana norteña (la que cantan con sombreritos de vaquero y acordeón). Sin embargo, cuando Univisión (cadena mexicana-americana) compró uno de los canales locales (Tele Once), pronto comenzaron a bombardearnos con anuncios de artistas mexicanos totalmente desconocidos para nosotros. ¿Qué ocurrió? Los masificados boricuas comenzaron a comprar los discos de Priscila y sus Balas de Plata.
Los medios de comunicación locales sumados a la politica colonialista del mantengo y la deficiente educación pública, han propiciado un clima donde abundan mentes atorrantes que no pueden distinguir entre calidad y mediocridad. El criterio del masificado puertorriqueño ha quedado truncado. Para colmo nuestra condición geográfica insular nos ha convertido en un vertedero de excrementos culturales de EEUU y América Latina. Los puertorriqueños al no tener más horizonte que el mar —y un Cable TV donde la mayor producción cultural la provee MTV— no pueden formar ni siquiera unos mínimos estándares de calidad, que le permitan decir "Vayan a venderle reggaetón a su puta abuela!" En cambio, el boricua acepta el producto, lo acoge, lo mima, lo compra, lo baila, se embrutece; y encima se siente orgulloso porque dizque es un género del patio, "autóctono".
¡Pues me cago en mi patria si eso es lo mejor que musicalmente nos pudo dar! ¡Coño!
Volviendo a los reporteros. Hace unos diez años, cuando el reggaetón sólo era escuchado en las escuelas públicas, por los hijos de las clases bajas, existía un rechazo abierto de las clases medias y altas hacia ese tipo de música. Curiosamente nadie lo criticaba por mediocridad musical, sino por su "vulgaridad y violencia". (Es de esperarse de un pueblo que distingue versículos bíblicos mejor que el sonido de un contrabajo en una guaracha.) Sin embargo, una vez fue banalizándose y asimilándose en nuestra mente —que no estaba acostumbrada a oir de culos y tetas en la música— el reggaetón se abrió a las clases medias y altas. Lo asquerosamente vulgar se volvió pícaro, y la descarada violencia se volvió un "reflejo de la realidad social." De modo que ya todos bailaban y consumían reggaetón, los cristianos comenzaron a cantarlo (con letra "edificante", eso sí) y las hijas riquitillas de papi que antes compraban todo en Zara, ahora se dejaban frotar Fruit of the Loom anónimos por su culito (aun virgen, por supuesto) en las discotecas. Todos, ricos, pobres, y los aplastados del medio. La verdadera masa del consumo en acción.
Perfecto. ¿Pero cómo explicamos que los reporteros tengan que preguntarle a TODO el mundo si le gusta esa música o no? Creo porque en el fondo todos saben que es una insoportable mierda. Y saben que el entrevistado también piensa que es una mierda. Pero dado que las masas populares, los pobres, los welfare, los bastiones de la incultura adoran esa música como dios propio porque les representa fielmente su realidad, ¡no puede decir que es una mierda! Preguntar "¿te gusta el reggaetón?" es un perfecto barómetro político para ver cuán sintonizado está ese entrevistado con la chusma. Al fin y al cabo son ellos los que votan y ganan las elecciones! ¡Qué mejor manera de caerles bien que compartiendo el gusto por la música que ellos crearon! Sí amigos, vivimos en un país tan traumado y carente de indentidad que una bobería como "te gusta el reggaetón?" es una pregunta cargada como una Colt. Los reporteros lo saben, y la usan con toda la malicia que los distingue.
Por eso es que cada vez que a una figura pública reconocida —especialmente aquellos con grados y doctorados en EEUU, quienes degustan su queso rockefort y jazz los viernes en la noche— le preguntan "Oiga y...¿el reggaetón, le gusta?", no nos extraña cuando le vemos caer una gota de sudor frio por su frente, sonreir apretao y decir:
"¿A mí? Me encanta."
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