jueves, 30 de agosto de 2007

El origen darwiniano de la religión

I. La cuestión

La teoría de la evolución parte de que las características físicas de los seres vivos son producto de un proceso de selección natural. El organismo que tiene las características más útiles es el que sobrevive. Por eso se dice que la naturaleza lo “selecciona”. Cuando analizamos a la especie humana desde el lente del darwinismo, debemos decir que las características que más nos distinguen, como la conciencia, la capacidad de razonar, etc, fueron seleccionadas y nos ayudaron a sobrevivir en un momento dado de nuestra evolución.

La pregunta que quiero plantear es: Si somos producto de la selección natural, entonces ¿cómo podemos explicar la presencia de algo tan irracional y perjudicial como nuestra predisposición a la religiosidad? En sobradas ocasiones hemos mencionado las aberraciones que conlleva el pensamiento religioso, su capacidad de enemistar, y de llevar al ser humano a cometer las mayores barbaridades. Darwinianamente hablando nos vemos obligados a decir que la presencia tan evidente de religiones en el mundo tiene que deberse a que en un pasado remoto este tipo de pensamiento nos ayudó a sobrevivir. Dado que el bagaje genético es acumulativo, aunque la religión actualmente resultara inútil, no podríamos deshacernos de la disposición al pensamiento religioso. Así pues hace falta contrarrestar esta tendencia desde afuera. Y es ahí donde entra la educación y la cultura.

Volviendo al pasado darwiniano, podríamos pensar que las religiones surgieron como parte de nuestra manera de sobrevivir. Algunos científicos explican la existencia de religiones, diciendo que éstas ayudaban a unificar a los clanes bajo una creencia común. También las religiones permiten a los seres humanos hacer cosas que no harían bajo ningún otro tipo de sistema de creencias. Las religiones sacan lo intrépido del hombre, agudizan los sentimientos, y lo pueden convertir a veces en una máquina de violencia. No podemos negar que gracias a la religión se hayan alcanzado grandes logros, especialmente bélicos. Quizá sin religión nadie se hubiera montado con Colón en sus carabelas. Bien. Esta es una hipótesis. Pero hay otras.

II. La noche

Yo me inclino más por la hipótesis que plantea que la religión es un subproducto de una adaptación mucho más previa: el pensamiento de lo sobrenatural. En una época donde aun no se había desarrollado el pensamiento racional, cuando los homínidos vivían en los árboles, es probable que haya surgido el miedo a lo sobrenatural como una característica seleccionada que los ayudaba a sobrevivir. Pensemos, por ejemplo, en el miedo irracional que tenemos desde niños a la oscuridad. De la oscuridad salen fantasmas, monstruos, figuras horrorosas. Sin embargo, a plena luz del día, nunca nos suceden esas cosas. (Por eso es más rico ver las películas de terror de noche.) Ahora, imaginemos que somos homínidos primitivos, con escasa comida en los árboles, y que para sobrevivir debemos bajar a buscar alimentos. Bajar implica vivir, pero también la posibilidad de morir a causa de los depredadores. La luz es nuestro aliado, sin ella somos presa fácil. Durante la noche, lo único que nos puede mantener vivos es mantenernos en la copa de los árboles. Pero aun así hay algunos de nosotros que por glotones o porque sencillamente tienen antojitos, se atreven a bajar de noche en búsqueda de una barrita de bayas frescas al 7-Eleven de los arbustitos de al frente. Un acto rápido, simple, inofensivo. Entonces, el desastre.

El “respeto” a la oscuridad era vital para que un homínido permaneciese vivo. Mientras más se pegaba a ese árbol durante la noche, más posibilidades de sobrevivir tenía. Así que no es muy aventurado imaginar que los homínidos más miedosos y cagaos de noche fueran precisamente los más aptos para sobrevivir a esas horas (lo que en los trópicos implica al menos unas 12 horas de seguridad, un 50% del tiempo total.) De ahí que el miedo, un sentimiento aparentemente irracional, en realidad se trate de un modo eficaz para adaptarse al medioambiente. Un miedo no irracional sería aquel que nos infunde el ver un león rondando las raíces del árbol en el cual nos encontramos. Pero cuando comenzamos a ver monstruos entre las sombras, y a imaginar seres espantosos por ahí abajo, lo único que queremos es cerrar los ojos y quedarnos dormidos, que amanezca de una vez y termine ese calvario; para así poder bajar, comernos unas bayas, echar una meaditas bajo algún palo sin stress, y ser felices. El miedo es la raíz del pensamiento de lo sobrenatural. (Por eso las religiones son tan efectivas cuando se trata de cagar a la gente de miedo.)

En la narración que acabo de hacer es donde veo más plausible el origen de nuestra predisposición a creer en cosas sobrenaturales. Lo sobrenatural es irracional pero, paradójicamente, tiene una razón de ser: nos ayudaba a sobrevivir. A medida que aquellos homínidos evolucionaron en lo que hoy conocemos como homo sapiens, la inteligencia se desarrolló, el ser humano fue capaz de crear fuego para protegerse durante la noche del frío y depredadores, luego construir viviendas en cuevas, y más tarde cuatro paredes y un techo, de modo que la noche dejó de ser sinónimo de muerte. Sin embargo, nuestro innato miedo a la oscuridad de nuestro pasado arbóreo prevaleció, y con ello la tendencia a creer en cosas sobrenaturales e inventar cuentos. Eso explica por qué las fantasías sobrenaturales son tan útiles para los padres que quieren persuadir a sus hijos a que se duerman y no se salgan de la cama.

Si los adultos, contrario a los niños, son capaces de distinguir entre fantasía y realidad, entonces ¿por qué insisten en sostener el pensamiento religioso? ¿Por qué, aunque saben que no existen monstruos bajo la cama, continúan creyendo que existen demonios en un infierno mucho más abajo que la cama? ¿Por qué persiste lo sobrenatural si ya no hay que temer a la noche?

Como ya mencioné antes, nuestro pasado darwiniano es acumulativo. Nuestros genes actualmente son el resultado de un proceso lento de construcción. Así como en un edificio no podemos deshacernos de la primera planta, sin derrumbarlo por completo; lo mismo sucede con nosotros. Los genes, tanto los “buenos” como los “malos”, no son información fácilmente descartable. Los cambios que propician la evolución, por ejemplo los climáticos, suelen ser procesos lentos donde las especies cuentan con mucho tiempo para adaptarse. Sin embargo, con la llegada de la inteligencia humana, el planeta fue convirtiéndose en un lugar de cambios radicales, equivalentes a continuos cataclismos inesperados. De modo que tanto el ser humano como el resto de las especies se ven sometidas a una presión extra antes desconocida. Por primera vez los genes, como medio de transmisión de información, resultaron ser demasiado lentos. Así pues el ser humano cuenta con un modo alternativo para transmitir información sin tener que esperar miles de años de adaptación genética: el lenguaje.

III. El lenguaje

El surgimiento del lenguaje, como necesidad para adaptarse a una realidad mucho más compleja de la de los monos en los árboles, tuvo como consecuencia que el ser humano pudiera estructurar pensamientos muchísimo más elaborados que antes. El lenguaje, una evolución genética, nos ayudo a pensar de manera más compleja, y esto conllevó una evolución social. Uno de las características que más se desarrolló gracias al lenguaje fue aquella antigua predisposición a creer en lo sobrenatural. Sin el lenguaje nos hubiéramos quedado mirando a la oscuridad con miedo desde la cueva. Pero el lenguaje llegó para ponerle nombre y apellido a todos aquellos terrores de la noche. Y luego a los fenómenos benévolos del día que llegaban a rescatarnos, como el sol. No es de extrañar que las primeras deidades en casi todas las religiones hayan sido deidades solares; “el Dios de los Cielos”, se lee en la Biblia. Así pues, el lenguaje nos ayudó a crear la “religión natural” ayudándonos a vencer un miedo que originalmente nos había salvado la vida (la oscuridad); también nos ayudó a inventar un antídoto para ese miedo (el dios benefactor).

Fue así como surgieron las religiones. El intento por persuadir a deidades benévolas y ahuyentar a las malévolas. Pero sucede que el ser humano continuó evolucionando socialmente, más rápido de lo que sus genes jamás pudieron. Y así llegamos a la Antigua Grecia. Un periodo donde el crecimiento social exigía progreso tecnológico para sustentarse. Muchos se dieron cuenta que la búsqueda de progreso era incompatible con el pensamiento religioso. Surgieron las ciudades, se hicieron obsoletas las deidades agrícolas, y así filósofos escépticos como Parménides, Protágoras y Aristóteles comenzaron a plantear la necesidad de ir más allá de los mitos y buscar las evidencias físicas, para que pudiéramos comprender la realidad tal cual es, en vez de tal cual la imaginamos. Comprender el mundo es una manera de dejar de ser su víctima. Así la mitología dio paso a la lógica. Aunque los griegos no lograron despegarse por completo de la creencia en lo sobrenatural, la filosofía griega hizo en un corto periodo de tiempo un gran avance: crearon las bases para la ciencia y hallaron los fundamentos del pensamiento racional. De esta manera nuestro pasado darwiniano, nuestras tendencias innatas a creer en lo sobrenatural, se enfrentaron al resultado de una rápida evolución social que no tuvo ni tiempo ni necesidad de implantarse vía selección natural. Los libros y el lenguaje jugaron entonces el papel que antes sólo hacían los genes: ayudarnos a sobrevivir. La supervivencia pasó de ser un asunto de poseer ciertos genes a un asunto de poseer cierto tipo de ideas.

Podríamos decir que Occidente experimentó un tipo de edad dorada de la tecnología y la ciencia que fue desde el año 750 al 350 a.C. (lo que el filósofo Karl Jaspers llama la “Era Axial”), de ahí continuó la gran era de las matemáticas en Grecia hasta los comienzos del siglo VI d.C., precisamente el momento donde Roma se convierte al cristianismo: la muerte del libro, y el inicio de la Edad Oscura, de vuelta al pensamiento sobrenatural, el retorno de los miedos a la Noche.

Nuestra predisposición al pensamiento sobrenatural es una de las características genéticas que más nos ha costado sobrellevar. Hemos podido inventar lentes para mejorar nuestra visión; medicinas para aliviarnos nuestros achaques y dolores de espalda; pero no hemos podido inventar nada que erradique de una vez el pensamiento sobrenatural. En el pasado ya han habido grandes intentos. En el Renacimiento tuvimos a Erasmo, luego a Descartes, durante la Ilustración a Diderot y Voltaire, el barón de Holbach, luego a Feuerbach, a Nietzsche, más recientemente a Russell, Madalyn Murray O‘hair, y hoy a Sam Harris y Richard Dawkins. Todos ellos tratando de demostrar la necesidad de mantenernos fieles a la realidad, a las evidencias, para evitar así caer en el error del pensamiento irracional. Pero la religión persiste. Está en nuestros genes. Y parece que deberemos lidiar con ella por muchísimo tiempo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

WAO!

Esta es la mejor explicación que he leído sobre como el miedo (un mecanismo de defensa excelente) forjo una carretera excelente para el sentimiento innato a la necesidad de una religión.

Siempre habia estado viendo todo esto al reves. Mi forma de pensar (y aun creo que está correcta) es que las religiones utilizan el miedo para apoderarse de mentes débiles. Este fenómeno es claramente un corolario de la explicación Darwiniana que ofreces.

Mi padre y yo pasamos horas todos los días tratando de entender porque la raza humana se tiene que sumerger tan fanaticamente en el concepto tan absurdo de la religión. Mi impresion es que todo esta basado en la ignorancia y que eventualmente, segun la educación mejore, el ateismo comenzará a agarrar terreno. Las religiones tendrán que sucumbir a la razón. Es una o la otra. Aquellos que pretenden encontrar como las religiones pueden converger con la ciencia estan tripeando en acido!

Una pena que voy a estar muerto para cuando finalmente podamos vivir en un mundo donde las religiones son un recuerdo...

Hiram dijo...

Pues yo no le veo la gracia a buscarle cuarenta patas al gato.

Las religiones son, mayormente, bolas de nieve de embuste sobre embuste sobre embuste que han sido repetidos y repetidos hasta que miles de personas se los han creído y se han convencido de su veracidad. Y cuando uno viene a ver, las bolas de nieve son tan grandes que causan una avalancha y son mas grandes que nosotros.

La única excepción que se me ocurre, en alguna medida, es el budismo que es la mas empírica de las religiones, pero no está excento de los elementos peticionarios y sobrenaturales. El aspecto humanista del budismo está cool.

Mmmmmmmmm...... dijo...

Yo no creo que sea la religion en si la que está dentro de nuestros genes sino mas bien una necesidad de fe común que ayude a unir una grupo de gente y sobretodo que derrote ese miedo pristino. Bien puedo esa sensacion antigua haber tomado otro camino y otro nombre pero la necesidad esta alli y lo estará por milenios.